30/08/2014.- 78º Aniversario del martirio de los beatos sacromontanos Manuel Justo Medina Olmos y Diego Ventaja Milán, Obispos de Guadix y Almería, respectivamente.
«DOS CANÓNIGOS DEL SACROMONTE, BEATOS»
De entrada, dos de las palabras arriba escritas no gozan de buena fama en la opinión de algunos: canónigo y beato. La primera aparece en cierta literatura como persona que ama la buena vida y mesa. La otra comporta un deje peyorativo de falsa religiosidad.
Hoy hay que pronunciarlas con el mayor respeto. Dos hombres, que fueron canónigos sacromontanos y que han sido reconocidos solemnemente beatos, es decir, felices, las avalan con la más preciada moneda: la sangre propia libremente derramada. Manuel Medina Olmos y Diego Ventaja Milán: dos nombres que, entre otros, han resonado en la plaza mayor del pueblo católico, bajo el cielo sedoso del otoño romano, admirados por millones de creyentes.
Las veredas en zig-zag del camino del Monte Sacro saben mucho de estas dos figuras. A sus veintisiete años, procedente de Guadix, llegó Don Manuel a la Abadía granadina, en la época dorada de la institución. Con sólo ocho años vino de Ohanes (Almería) a tan prestigiosa casa el niño Diego Ventaja, de la mano de sus padres.
Los dos se enraizaron en la vida intelectual, religiosa y benefactora de la ciudad. El silencio del valle de Valparaíso y el apartamiento de sus celdas no les impidieron comprometerse con los problemas e inquietudes de la Granada de comienzos del siglo. La oración y el estudio les dieron alas para bajar al llano y participar de lleno en labores de desarrollo educativo y social.
Por el laberinto de las siete cuestas, a lomos de un jumentillo unas veces o a pie casi siempre, se cruzaban con capitulares tan beneméritos como Andrés Manjón y José Gras, de feliz memoria entre los granadinos. Cada uno llevaba los ojos bien abiertos para comprobar donde eran necesarias sus manos y su inteligencia.
Y encontraron el sentido pleno a sus vidas en la dichosa aventura de ser sacerdotes: testigos del amor de Dios en las tareas litúrgicas de la Colegiata, en las misiones por los pueblos de Granada, en la dirección espiritual de los conventos de clausura, en la educación de la juventud como Rectores y Catedráticos del Insigne Colegio del Sacromonte, en la ternura y atención diarias a los niños más desválidos, acogidos en las Escuelas del Ave María. Sin solución de continuidad pasaban del silencio al bullicio infantil, de la cátedra a la lección catequística en el pueblo de la vega, de la soledad del monte a los círculos universitarios.
La donación de sí mismos durante su larga y fecunda estancia en Granada fue acrecentada en su etapa de ministerio episcopal en Guadix y en Almería. Y tuvo su culmen glorioso en el barranco de Vícar, cuando dieron la prueba máxima de fidelidad. Todos sus biógrafos y testigos inmediatos certifican que pudieron burlar el fusilamiento. No lo hicieron: el amor es más fuerte que la muerte. Ni la mofa, ni las balas, ni el instinto achicaron su corazón. “Ande, mártir, vamos al martirio”, se decían el uno al otro.
Hoy hay que pronunciarlas con el mayor respeto. Dos hombres, que fueron canónigos sacromontanos y que han sido reconocidos solemnemente beatos, es decir, felices, las avalan con la más preciada moneda: la sangre propia libremente derramada. Manuel Medina Olmos y Diego Ventaja Milán: dos nombres que, entre otros, han resonado en la plaza mayor del pueblo católico, bajo el cielo sedoso del otoño romano, admirados por millones de creyentes.
Las veredas en zig-zag del camino del Monte Sacro saben mucho de estas dos figuras. A sus veintisiete años, procedente de Guadix, llegó Don Manuel a la Abadía granadina, en la época dorada de la institución. Con sólo ocho años vino de Ohanes (Almería) a tan prestigiosa casa el niño Diego Ventaja, de la mano de sus padres.
Los dos se enraizaron en la vida intelectual, religiosa y benefactora de la ciudad. El silencio del valle de Valparaíso y el apartamiento de sus celdas no les impidieron comprometerse con los problemas e inquietudes de la Granada de comienzos del siglo. La oración y el estudio les dieron alas para bajar al llano y participar de lleno en labores de desarrollo educativo y social.
Por el laberinto de las siete cuestas, a lomos de un jumentillo unas veces o a pie casi siempre, se cruzaban con capitulares tan beneméritos como Andrés Manjón y José Gras, de feliz memoria entre los granadinos. Cada uno llevaba los ojos bien abiertos para comprobar donde eran necesarias sus manos y su inteligencia.
Y encontraron el sentido pleno a sus vidas en la dichosa aventura de ser sacerdotes: testigos del amor de Dios en las tareas litúrgicas de la Colegiata, en las misiones por los pueblos de Granada, en la dirección espiritual de los conventos de clausura, en la educación de la juventud como Rectores y Catedráticos del Insigne Colegio del Sacromonte, en la ternura y atención diarias a los niños más desválidos, acogidos en las Escuelas del Ave María. Sin solución de continuidad pasaban del silencio al bullicio infantil, de la cátedra a la lección catequística en el pueblo de la vega, de la soledad del monte a los círculos universitarios.
La donación de sí mismos durante su larga y fecunda estancia en Granada fue acrecentada en su etapa de ministerio episcopal en Guadix y en Almería. Y tuvo su culmen glorioso en el barranco de Vícar, cuando dieron la prueba máxima de fidelidad. Todos sus biógrafos y testigos inmediatos certifican que pudieron burlar el fusilamiento. No lo hicieron: el amor es más fuerte que la muerte. Ni la mofa, ni las balas, ni el instinto achicaron su corazón. “Ande, mártir, vamos al martirio”, se decían el uno al otro.
Durante muchos años estuvieron imbuidos de espiritual martirial. La Abadía, que nació para dar culto a los primeros mártires cristianos, les troqueló. Cada tarde de domingo los capitulares cantaban por las grutas las letanías de los mártires granadinos.
Faltaba, pues, el toque final a tan fino amor. Y cuando llegó la madrugada del 30 de Agosto de 1936, se oyó el eco del primero de los mártires: “Que Dios os perdone, como nosotros os perdonamos”. Y sonaron los disparos. Sacerdotes hasta el sacrificio: esta era la única acusación para la ceguera que les hizo caer.
Contra nadie se levanta hoy el dedo acusador. Sólo elevamos las manos en acción de gracias por tener en el patrimonio granadino y andaluz gesta tan excelsa. La grandeza de los hombres radica en su capacidad de entrega. Y su máxima expresión es la aceptación del martirio: perder la vida por el amor de Dios.
¡Qué lección tan formidable! En un tiempo de inclemencia como el nuestro, en el que sin existir persecución cruenta se da un cierto complejo a manifestarse cristiano, la actitud entera y alegre de nuestros mártires no debe caer en el agujero del olvido.
La Granada sensible a las grandes causas siente hoy el sano orgullo de que se reconozca públicamente la grandeza espiritual de dos canónigos de su Abadía, de dos hombres que hicieron el bien a sus hijos, de dos educadores de generaciones granadinas, de dos testigos del Dios que ama sin medida.
En la memoria de la ciudad están sus nombres y sus obras. En el corazón de los creyentes suena un canto de alabanza. Por el subsuelo del alma de Granada corre un río de gracia.
El Cabildo del Sacromonte
Octubre de 1993
IDEAL/Granada, 07/10/1936
MANUEL MEDINA OLMOS
-Obispo mártir, fiel al Señor-
(FIESTA, 26/10/2010)
Consagrado Obispo en 1926 -convirtiéndose dos años más tarde en Obispo de Guadix-, Mons. Manuel Medina Olmos sufrió el martirio en tiempos de la Guerra Civil, en 1936, a causa de la fe. Leer más
DIEGO VENTAJA MILÁN, OBISPO MÁRTIR
-Pastor hasta el final-
(FIESTA, 08/02/2009)
Nació en Ohanes -entonces Diócesis de Granada- el 22 de junio de 1880, en el seno de una familia humilde y religiosa, siendo hijo único. Es posible que fuera de ascendencia morisca -Ben Taha-. Fue un niño despierto, amable y laborioso. Leer más
ORACIÓN
Oh Dios, fuente y origen de toda paternidad,
que hiciste a tus siervos Manuel Medina Olmos y Diego Ventaja Milán,
que hiciste a tus siervos Manuel Medina Olmos y Diego Ventaja Milán,
fieles al Evangelio hasta derramar su sangre por Cristo tu Hijo,
concédenos la fortaleza de imitarles en el servicio a los hombres nuestros hermanos.
Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo y el Espíritu Santo vive, reina y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
concédenos la fortaleza de imitarles en el servicio a los hombres nuestros hermanos.
Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo y el Espíritu Santo vive, reina y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.