Abadía del Sacro-Monte 24/03/1997 |
En la madrugada del día 13 de febrero de 2007 llegaba al término de su vida temporal, el sacerdote Vicente Redondo Toro. Había nacido en Güejar Sierra en marzo de 1927. Ordenado sacerdote en mayo de 1952, durante el congreso eucarístico internacional de Barcelona, ha seguido un itinerario pastoral denso.
Antes de ser ordenado, el arzobispo Balbino lo llamó a su lado ocasionalmente. Y ya sacerdote fue nombrado su capellán, viviendo en palacio con su propia madre hasta que murió el arzobispo, hecho que le conmovía cada vez que lo contaba con detalle. Llevó al mismo tiempo la capellanía del orfanato de la Divina Infantita y la administración del colegio de Niñas Nobles. Después, en plena juventud, lo enviaron en misión conciliadora a Iznalloz. Un año le bastó para hacer amistades que hoy se mantienen vivas. Después a Villanueva de Mesía, durante tres años, para venir como coadjutor a San Andrés y a la Magdalena. Y desde 1958 hasta 1992, año en que se jubiló, ha sido profesor de la Virgen de las Nieves, donde llegó a ser como el patriarca del centro. Durante años compatibilizó aquellas clases con el instituto P. Suarez, destacando como profesor singular.
En 1994 llegó a la Abadía del Sacro Monte, donde ejerció a la maravilla el encargo de Archivero. Desde entonces, como si el tiempo no existiera, su camino diario fue desde la basílica de la Virgen de la Angustias -su gran amor- a la Abadía y viceversa.
Con él llegó al Sacro Monte una oleada de bondad y un archivo viviente de datos, anécdotas y criterios sabios. Su temperamento y su sentido del tiempo supusieron freno a las prisas sin sentido, a las cavilaciones excesivas y a las impaciencias. Conversador impenitente, de memoria prodigiosa y con una concepción ancha de la convivencia que ha le ha llevado a una invitación continua a dulcificar situaciones.
De todos es conocida su afición por los libros, por las bibliotecas, por los archivos. En esta dedicación tuvo un buen maestro, del que al mismo tiempo fue discípulo y excelente amigo, Manuel Casares, con el que colaboró en investigaciones importantes de la iglesia de Granada. Como archivero de la Abadía ha logrado la informatización de los fondos sacromontanos, con sus idas y venidas a la biblioteca de Andalucía para que se asignasen becarios. Durante años ha seguido los rastros de los libros, gloriosamente cubiertos de polvo. Y si le han importado los fondos bibliográficos, no ha sido menor su afán por servir con exquisita amabilidad a los muchos estudiosos, españoles, europeos y americanos, que han pasado horas de investigación en el archivo, acompañados por el celoso bibliotecario, a los que ha servido con modos paternales. Todos han visto en Vicente un pozo de sabiduría humana, entendido en los secretos de los legajos, pero sobre todo han percibido la categoría de un hombre bueno, cordial y atento, que les ha edificado.
Los que le han tratado en las parroquias, en los centros docentes, en ocasiones concretas, certifican su serena bonhomía, su espíritu evangélico, su finura y testimonio como sacerdote católico. Es de esos hombres por los que, tras conocerles y tratarles, nos sentimos movidos a dar gracias a Dios. Su cuerpo duerme el sueño de la paz en el recoleto cementerio de la Abadía, abierto al valle de Valparaíso.
Juan Sánchez Ocaña
FIESTA, 25/02/2007 - pág. 3
D. Vicente Redondo Toro Abadía del Sacromonte, 28/06/2000 |
IDEAL GRANADA
29/06/2000 - pág. 8